Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo: ¿A quién buscáis? Juan 18:4
Fui al barrio Meiggs, en Santiago.
La Navidad en todas las formas, cristianas y paganas, conviviendo en un comercio frenético.
Sabido es que las fiestas de final de año son las que darán un balance de números azules a las pymes nacionales (y en algunos casos, extranjeras).
Todos se mueven buscando algo que esperan hallar, en lo posible a módico precio.
¿Qué buscas?
Un regalo perfecto, la cena espléndida, el vestido que me hará rejuvenecer y la imagen inolvidable que nos dará la inspiración para iniciar un nuevo año.
Es un poco melancólico ver las multitudes en las calles al atardecer, buscando.
Buscando algo de un material inexistente. Que jamás encontrarán en el comercio; que no podrán tranzar en el mercado; que no hallarán en una vitrina.
Inevitablemente culpables de lo que no podemos explicar, buscamos sin saber muy bien qué es aquello que nos dará paz, que nos dejará tranquilos de esa perenne inquietud.
Sin entenderlo, buscamos a Cristo.
Alguien que nos redima.
Una persona con un sentido de vida trascendente; una visión, una misión.
Jesucristo.
El Señor Dios-Hombre que en la intangible nocturnidad circundante nos ofrece una –no una-, ofrece la única cosa que no puede ser comprada, Él mismo, su Santa Persona.
En todas las generaciones esa es la única esperanza para cada ser humano, más allá de todos los afanes, las desilusiones, las luchas, las ambiciones, la gloria o el fracaso.
Solo Cristo.
¿Por qué seguir buscando lo inmaterial en lo material?
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La foto del día:
Una niña observa las luces de Navidad en Moscú, diciembre 2019.
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