viernes, 14 de junio de 2019

El valor de la familia #Día 165

"Respondiendo él al que le decía esto, dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?"
 Mateo 12:48

Esta respuesta de Jesús pareciera sonar un poco contradictoria a lo que se predica acerca del amor y del valor de la familia ante los ojos de Dios.
Estoy seguro que más de alguno puede preguntarse ¿cómo es posible que Jesús desconociera a su propia familia - “de sangre” - y llamara familia a unos tipos que “conoció” no hace más de unos tres años atrás?
¡Qué desconsiderado es Jesús!
Si yo hiciera eso con mi familia, de seguro, me borran del testamento.
Pero obviamente, esa no es la intención en las palabras de Jesús, ni de las escrituras.

Desde el principio, Dios ha confiado y proyectado el deseo de su corazón a través de la familia; y también lo vemos en Jesús al momento de su muerte. Si él no hubiese valorado y amado la familia, de seguro, no se hubiese preocupado, aún estando sobre la cruz dejar a su mamá al cuidado de un fiel y amado amigo como lo fue Juan. Tampoco se hubiera dado la molestia de confirmar su palabra, una vez resucitado, a su amado hermano - “sanguíneo” - Santiago.
Por lo tanto, el tema en cuestión no es la familia, sino la autoridad de Jesús para establecer el reino de Dios sobre la tierra.

 Ahora, si leemos el capítulo 12 completo, nos damos cuenta que todo el texto viene remarcando que Jesús es mayor que el día de reposo, mayor que Salomón y que por medio del poder del Espíritu Santo él echa fuera los demonios, lo cual, evidencia el reino de Dios operando en medio de los hombres; y es por estas cosas, que la gente comenzó a preguntarse si Jesús era el hijo de David, el rey prometido que había de liberar al pueblo de Dios. Debido a esta posible amenaza - en mi particular opinión - es que los fariseos apelan a esta básica cuestión familiar. ¡Este no puede ser el mesías! ¡Miren su realidad! ¿Recuerdan de quién es hijo?.
¿Por qué pasa esto?
Porque cuando no hay nada con lo que nos puedan ofender y juzgar, siempre unas buenas herramientas para desacreditarnos y cuestionar nuestra identidad es a través de recordar nuestro pasado y nuestro entorno familiar.
De ahí nacen esas típicas frases: ¡¿y este que se cree?!
¿Acaso porque ahora es cristiano, se cree que es mejor?
¿O ya se olvidó como era antes?
O de ¿cómo es y quiénes son su familia?

Sin embargo, Jesús no se deja enredar en esta discusión natural, sino que vuelve a encauzar el asunto hacia el reino de Dios: “...mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre”.

No importa lo que digan de nosotros para desacreditar nuestra identidad en Dios, solo debemos permitir que el Espíritu Santo sea quien manifieste y testifique la obra de Dios en nosotros.
Vivamos haciendo el bien, comportándonos sabiamente, sujetándonos bajo la autoridad de Cristo Jesús para nuestras obras sean fruto de nuestro vivir inmersos en el reino de Dios y seamos reconocidos como hijos de Dios y disfrutemos del ser parte de la familia de Dios.



Texto de hoy: Escritor asociado.
Cristian Santos V.


Una preciosa canción: Cumplido está.



Creemos que ya está hecho 
 Todas las batallas ya ganadas 
 Está terminado, es perfecto 
 Creemos que lo has superado 
 Y ya está, listo 

 Lo dijiste, lo creemos, 
 lo hablamos, 
o recibimos. 
 Tu reino viene aquí mismo en nosotros.



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