martes, 16 de abril de 2019

#Día 106: ¿Acaso se ha acortado mi mano para no redimir?

Isaías 50:2 (parte a) ¿Acaso se ha acortado mi mano para no redimir?

Redimir es tal vez el verbo de acción más importante en el Antiguo Testamento y su protagonista principal es Yahvéh que se propone –independiente de la infidelidad del pueblo de Israel-, rescatarlos en primera instancia de la esclavitud egipcia y posteriormente de la cautividad babilónica.

Sin embargo, la mayor figura en el libro de Isaías es el Mesías que traerá la redención definitiva al mundo.
Jesús es el redentor de la humanidad.
En un amplio sentido,  redentor es aquel que compra y libera a un esclavo, pagando por él un precio. Jesús pagó ese precio con su propia vida.

En el contexto de las costumbres orientales, el redentor (goel) era la persona que rescataba a los esclavos para devolverles la libertad, especialmente en la fiesta o tiempo del año sabático.
Jesucristo es nuestro Goel, nuestro redentor, nos ha liberado sin exigir una penitencia o un pago de nuestra deuda.

El da su vida “Por eso el Padre me ama, porque yo pongo mi vida para volver a tomarla. Nadie me la quita, sino que yo la doy por mi propia cuenta. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volver a tomarla. Este mandamiento lo recibí de mi Padre.” (Juan 10:17-18
Jesús no demanda de los seres humanos que paguemos la deuda que teníamos con Dios -tampoco podríamos-, sino que nos ofrece el amor y la vida gratuita de Dios, pagando él mismo el  rescate necesario .
Es magnífico saber que Su amor ha traspasado las edades para venir a nuestro auxilio hoy.

No dejes pasar la oportunidad de creer en Él, Su mano nunca se acortará para salvar, eso es seguro.
Él nos da TODO lo que involucra ser hijos-hijas de Dios, no solo en aquí y ahora, sino más allá de esta vida.

*

Te regalo este inspirador poema:

No me mueve, mi Dios, para quererte 
el Cielo que me tienes prometido 
ni me mueve el Infierno tan temido 
para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor. 
Múeveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido; 
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas, y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, 
y en tal manera, que, 
aunque no hubiera Cielo, yo te amara, y, 
aunque no hubiera Infierno, te temiera. 
No me tienes que dar porque te quiera, 
pues, aunque lo que espero no esperara, 
lo mismo que te quiero te quisiera.


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