"Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto."´
(Lucas 6:34)
La misericordia se puede definir como una virtud del ánimo que lleva a los seres humanos a compadecerse de las miserias ajenas.
Se trata de una actitud bondadosa que, por lo general, puede mostrar una persona acaudalada hacia alguien que tenga más necesidades que ella, o un sujeto que haya sido ofendido hacia su ofensor.
El mayor acto de misericordia fue montado por Dios hace un poco más de 2000 años en el Gólgota, un lugar de escarnio que se encontraba a las afueras de Jerusalén. Allí, Dios Todopoderoso entregó a su único hijo como medida de propiciación o rescate del ser humano.
Aunque cueste asumirlo, los seres humanos necesitamos un salvador.
Somos seres perdidos que necesitamos con urgencia ser encontrados por Dios.
La Biblia dice que sin Dios estamos perdidos en nuestros delitos y pecados. Tenemos la extrema necesidad de apelar y recibir la misericordia de Dios. No obstante, no somos dignos de ella.
Ninguno. No hay quien califique.
Las buenas noticias son estas, Dios en su infinita misericordia nos extiende su mano. Aún cuando éramos enemigos de Dios, Él nos amó y nos dio a Jesucristo para salvarnos.
A través de Jesucristo, Dios rompió todos los paradigmas y prejuicios arraigados en el corazón del ser humano. Amen a sus enemigos. Hagan el bien a todos. Pongan la otra mejilla. Bendigan a los que los maldicen. Oren por los que los calumnian.
En Lucas 6:34, El Señor nos confronta con el siguiente argumento: “Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto”.
En el versículo siguiente el asunto queda cerrado con una bendición: “…y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y malos”.
La misericordia de Dios una vez más en acción. Fiel a su estilo, El Señor cierra su argumento con broche de oro:
“Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso”
(Lucas 6:36)
Texto de hoy: Escritor Asociado
Luis Santos V.
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