#93.- Isaías 1:12
¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios?
El hombre trabaja cuidando autos en la calle, duerme en una plaza cercana y bebe hasta perder la noción de su existencia.
Cierto día recibe una llamada por celular (indigente pero tecnologizado), es su hija que no frecuenta hace 20 años. Ella le comenta que contraerá matrimonio y desea invitarlo.
Él, feliz.
Después de unos días lo recoge en un suntuoso vehículo, lo lleva a su casa, le compra un traje; él le cuenta que es alcohólico y vive en la calle. Ella promete ayudarlo.
Hasta ahí todo bien.
Llega el día de la boda, él se arregla lo mejor que puede y espera. Pasan las horas y nadie llega. Pasan los días.
-Así como llegó, se fue-, me dice entre suspiros. Lo que no comprendo es por qué me buscó y por qué se avergonzó de mí.
-La calle me ha hecho fuerte a las desilusiones, concluye.
Hay un día en la vida de todo ser humano donde se espera a alguien que no llega, una cita fallida, un tiempo de dolor, la perdida confianza, una herida que demora en sanar.
Herimos -a veces sin intención- los sentimientos de las personas.
Guardando las distancias, a veces también herimos los sentimientos de nuestro Padre Dios y lo podemos observar en sus interrogantes, nos conmueve el amor con el que nos trata aunque seamos infieles olvidando sus bendiciones.
A pesar de eso su invitación resuena por toda la tierra:
"¡Vengan y aclaremos las cuentas! —dice el Señor—, por profunda que sea la mancha de sus pecados, yo puedo quitarla y dejarlos tan limpios como la nieve recién caída. ¡Aunque sus manchas sean rojas como el carmesí, yo puedo volverlas blancas como la lana!"
Es mi oración diaria poder amar y agradar su Persona Santa en las acciones, los pensamientos, las intenciones, la vida toda.
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