La soledad asedia.
Angustia.
La oración se hace intensa.
Una petición.
Un Hijo obediente se colocó sin reserva a disposición del Padre. Después de esta intensa angustia el Hijo se levanta y encuentra dormidos a sus amigos.
Los urge a orar.
Sólo el que ha orado permanecerá firme durante las horas siguientes.
Un amigo. Un beso. Un traidor. Una turba enfurecida.
Se desata la violencia.
Una espada.
Una oreja cortada.
El Hijo de Dios contiene a sus discípulos, es un pacificador y sabe lo que está por padecer.
Se voltea hacia la turba y hace la pregunta precisa ¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos?
No hay respuestas por parte de los acusadores. Sólo se alcanza a oír un silencio incómodo.
Los líderes religiosos no arrestaron a Jesús en el templo por temor a una revuelta. En cambio, vinieron en secreto durante la noche, lo que no era legal según la ley judía.
Cuando se desata el mal, siempre lo hace en la oscuridad, amparado en las tinieblas, de forma injusta y sin argumentos. A veces Dios le concede autoridad temporal al “enemigo”.
El acto más vil e injusto que ha visto la humanidad comenzó en un jardín y se consumó en una cruz. Nuestro Señor fue traicionado por sus amigos, arrestado como un vil ladrón, juzgado fuera de toda ley, acusado injustamente, escupido, humillado, lacerado y crucificado.
El profeta Isaías, muchos años antes describió el padecimiento del Señor así: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isaías 53:3)
No obstante, Dios uso este acto vil para cumplir el acto de amor mas grande que se haya realizado en la historia. En el mismo capítulo 53 de Isaías se puede leer lo siguiente: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5)
Ciertamente, Dios provee por medio del sacrificio voluntario de Jesucristo la cura para la enfermedad inherente al ser humano, el pecado, pero también este acto nos muestra como ejemplo, una vida de servicio y amor, de humildad y mansedumbre, de bondad y compasión por el prójimo, de sacrificio en favor de otros.
Hay una antigua canción que dice: “He decidido seguir a Cristo”.
Que el deseo de nuestro corazón sea seguir los pasos del maestro, en todo. En estos tiempos tan convulsionados, es una necesidad imperiosa que seamos más como Cristo, que pensemos como Él, que hablemos como Él y que actuemos como Él.
No puedo evitar pensar en las palabras del teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer: “Cuando Cristo llama a un hombre, le pide que venga y muera”
Texto de hoy: Escritor asociado
Luis Santos V.
Y una declaración de fe: He decidido seguir a Cristo
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